MARINA PAÑOS/EL RACÓ DEL LECTOR.
Queridos lectores:
[dropcap]E[/dropcap]
n el verano de 2014, concretamente a principios del mes de agosto, mi marido se vio obligado a invitarme a dejar de leer novela negra tras un terrible y cómico acontecimiento que sacudió nuestras vidas y la de nuestro vecino de abajo al que llamaremos ficticiamente “Josico” -nombre por el que le conocimos durante años debido a su deje murciano; aunque en la realidad no tiene nada que ver con su nombre real-.
Josico, nuestro vecino, es un hombre entrañable. Bajito, ancho de espaldas, con carácter, dicharachero y muy sociable. Con su pelo cano, su gorra bien ceñida a la cabeza, su torso desnudo y su camiseta arremetida en un lateral del bañador. Siempre está en movimiento y dispuesto a ayudar a cualquier vecino que se precie sin importar el tipo de tarea para la que se le reclame. Josico es todo un personaje que da color a nuestros veranos en el paraíso.
Aquella tarde todo parecía tranquilo en la urbanización. Nuestro querido Josico limpiaba su coche en la puerta de casa y nosotros acabábamos de volver de la playa y hablábamos en el balcón sobre qué cenar esa noche. Como veis todo era normal.
Pero de repente, en el momento en que la oscuridad de la noche se instalaba y el día llegaba a su fin, las luces de las farolas- de todas las farolas de la urbanización – se apagaron y unos segundos después comenzamos a escuchar sirenas de ambulancias, policías y bomberos.
Mi marido y yo nos quedamos paralizados en nuestro balcón, intentando mirar por encima de los árboles y los tejados de los chalets que ocupan gran parte de la urbanización, para vislumbrar de alguna forma lo que unos pocos metros más allá estaba ocurriendo.
No encontrábamos una respuesta para todo aquello, así que nos bajamos a la calle para investigar qué pasaba y allí estaba Josico, junto a su mujer, preguntándose lo mismo que nosotros.
Después de varios minutos de elucubraciones sobre la amenaza que nos acechaba, mi marido y yo decidimos ir con el coche a inspeccionar la zona. Invitamos a Josico a acompañarnos y con esa curiosidad arrolladora que le caracteriza, no se lo pensó. Nos dio un sí rotundo y se subió a nuestro coche.
Nada más salir de la urbanización y ya en una total oscuridad, nos topamos con un grupo bastante numeroso de gente que se arremolinaba a las puertas de un resort urbano. Padres y madres con sus hijos en brazos, adolescentes con caras de preocupación, coches de bomberos, guardia civil, policía local y nacional y un par de ambulancias, me dan la clave.
Ahí ha ocurrido algo, algo grave, posiblemente un asesinato.
Los rostros contrariados de los curiosos como nosotros que se han acercado alertados por todo el trasiego de sirenas, se preguntan unos a otros si sabemos qué ha ocurrido. Y sin saber cómo, me encuentro dando la explicación al hecho en voz alta: ha debido de haber un asesinato, el edificio está acordonado y por eso los vecinos no pueden entrar. Esperan para que les interroguen y para que la policía confirme que el sitio es seguro, así como para el levantamiento del cadáver.
Se ven luces de linterna por las ventanas de las escaleras. Y eso me hace pensar que, tal vez, el asesino aún esté dentro o incluso esté entre nosotros, añado.
Buscamos
entre la multitud
al posible sospechoso…
Comento todo esto con Josico, quien me mira anodadado, con los ojos como platos y otorga veracidad a mi hipótesis. Mi marido, unos pasos por detrás de nosotros, se preocupa por el coche, el cual hemos dejado de cualquier manera, ya que estuvimos cerca, mi buen vecino y yo, de tirarnos en marcha de él si hubiera sido necesario para llegar antes al lugar del suceso que azotaba nuestras vidas esa tarde-noche de verano.
Seguimos expectantes. Buscamos entre la multitud al posible sospechoso o culpable de tal hecho, cuando una pareja, de unos 50 años, nos saca de nuestro ensimismamiento para preguntarnos qué ha pasado. Entonces oigo a Josico que les dice: “pues ha habido un asesinato, la policía no deja entrar a los vecinos porque los tienen que interrogar. Creemos que el asesino sigue dentro o que está entre nosotros”. Yo, a su lado, confirmo sus palabras que al fin y al cabo son las mías.
La pareja se aleja y caminan lentamente hacia la multitud, donde supongo que continúan con sus averiguaciones sobre qué ha pasado. Al cabo de unos minutos se acercan de nuevo hacia el lugar donde nos encontramos, y cuando están a punto de llegar a nuestro lado, una señora que paseaba con su perro les pregunta: “¿Saben que ha pasado?” Y la mujer, con despreocupación le contesta: “Ná, unos zagalicos que se han quedao encerraos en el ascensor. El apagón que les ha pillao dentro”.
Siento la mirada de Josico y la de mi marido. Soy incapaz de moverme. Me está entrando la risa pero necesito encontrar algo que haga que mi hipótesis siga teniendo validez, así que muy digna les digo a mis acompañantes: “Eso se lo han dicho para no alarmar a la gente y por mantener en secreto la investigación del caso, para que no se filtre a la prensa”.
Mi marido está muerto de la risa. Josico me mira para un segundo después bajar la cabeza y con la mirada esquiva decir: “¡Ala, vámonos que me estará esperando mi mujer para cenar!”.
…
Al día siguiente, mi marido me llevó a la librería y me invitó a elegir un libro que no tratara de asesinatos. Tres novelas negras leídas en menos de un mes eran suficientes. Mi cerebro necesitaba un descanso, un cambio de aires. Fue entonces cuando me compré y leí La Tabla Esmeralda, una novela histórica que os recomiendo y la que me abrió las puertas de este otro género que me enamoró desde este primer libro.
Actualmente no he vuelto a leer novela negra, pero he devorado cuanta novela histórica se ha puesto en mi camino. Nuestras vidas son ahora más sencillas y Josico ha vuelto a la tranquilidad de sus quehaceres estivales. Los apagones en esta zona de Murcia son habituales y los asesinatos de los que me entero vienen de las páginas de sucesos de algún diario.
Leer a veces es peligroso, da alas a la creatividad que en ocasiones nos puede jugar malas pasadas. Alimentar la mente es necesario, pero como toda buena dieta debe ser equilibrada.
Desde el paraíso donde todo ocurrió aquel verano del 2014 y con mi arsenal de lecturas estivales en las que no aparece la novela negra para tranquilidad de todos, os deseo un feliz verano. Nos leemos en septiembre. Felices lecturas.

Os recuerdo que podéis mandarnos vuestros textos, poemas, opiniones o sugerencias al siguiente email: elracodellector@diarisantquirze.cat .
Como bien sabéis, podéis encontrarme en Instagram como @sra_bibliotecaria donde veréis reseñados todos los libros que voy leyendo.
Aburrido, mejor se dedique a leer.