MARINA PAÑOS/EL RACÓ DEL LECTOR. Queridos lectores: estoy invitada a una boda. Una gran boda. Y os preguntaréis ¿qué narices nos importa eso a nosotros? Pues tal vez nada, pero para mí una invitación para un acto social lleva consigo otra pregunta: ¿Qué demonios me pongo? Y estrés, mucho estrés. Y en eso estoy sumida ahora, en la búsqueda de un conjunto que me haga esbelta, delgada, disimule las carnes cocinadas con esmero durante el frio invierno y dulcifique el color cetrino de mi piel resultante de los días lluviosos.
Cada vez que me enfrento a esto, lo hago con optimismo, deseando que la tortura dure poco y que las prendas aparezcan ante mí como por arte de magia. Así comencé la búsqueda hace unos días.
La historia siempre comienza igual. Una rueda de reconocimiento por diferentes tiendas con una sonrisa y motivación alta. Hasta que ves el posible vestido. Los ojos te hacen chiribitas, lo contemplas en el escaparate, lo imaginas puesto con tacones, peinada y pintada. Te ves con él. Tu cuerpo se desliza por la puerta de la boutique buscando a la dependienta, y mientras, en tu cabeza, el pepito grillo de la experiencia te susurra “seguramente no habrá de tu talla”, pero le exiges que se calle, que esta vez ha habido suerte. Que se fastidie y que se vaya a otro sitio a susurrar esas cosas.
Así que muy segura me presento ante la dependienta y le pido ese vestido y tres conjuntos más que he visto colgados aquí y allá. Ella me escruta con la mirada, un repaso de abajo a arriba y me pregunta como con desdén, “¿talla?”. En mi cabeza comienza el festival del humor, porque en primer lugar mi talla, como la de todas nosotras chicas, va a depender de varios factores:
- El momento del periodo menstrual.
- El fabricante.
- El modelo del traje elegido.
- El momento histórico.
- El contexto cultural.
Así que en un esfuerzo de sinceridad hacia mí misma le digo, “Talla 42”. Y la respuesta no se hace esperar: “Lo siento, no trabajamos con tallas grandes”.
¿Una 42 es una talla grande? ¿Qué talla te crees que tenía Marilyn Monroe, la 36? -me entran ganas de decirle-, pero me contengo, miro a mi marido que espera paciente sentado en un sillón y no necesita que le diga nada. Se levanta, le damos las gracias a la amable e incoherente dependienta y dueña de la tienda y salimos por la puerta.
El santo marido me abraza y me motiva a entrar una tienda de las conocidas, de las de siempre. Le anticipo que en esas tiendas mi talla sólo la venden por internet, que ya me ha pasado otras veces. Él confía en que no sea así, pero yo sé la verdad: actualmente, intentan componer un mosaico social de mujeres delgadas, bajitas, con poco pecho y estrechas de espaldas. Lo cual sería ideal, yo firmaba, ya que es mi sueño desde los veintitantos. Pero no es ni posible ni real.
Así que ambos cabreados como monos abandonamos la misión, que una vez más se me antoja imposible y de alto riesgo para la autoestima.
Todo esto me pilla sumida en la lectura, ya finalizada, de tres libros de Chimamanda Ngozi Adiche, una mujer nigeriana que está causando furor en el mundo feminista. En concreto, ella habla de las discriminaciones por raza y por género. Pero se olvida de la discriminación por talla.
Nos engañan vilmente
y pretenden que consideremos
que la culpa es nuestra”
Antes de comentaros estos tres libros dejadme que os diga algo que he comprobado personalmente. Nos engañan con las tallas. Gritadlo por ahí, decídselo a vuestras hijas, sobrinas o primas adolescentes, que como yo son altas, anchas o tienen un poco de pancheta. Nos engañan vilmente y pretenden que consideremos que la culpa es nuestra. Marilyn Monroe, la mujer más sexy del mundo, usaba una talla 42, tenía el culo gordo (según los cánones actuales, de ahí la importancia del momento histórico) y todas querían ser como ella. Seguramente tenía celulitis, estrías y días en los que se hinchaba como un balón de fútbol.
Dejadme también que os diga que una talla 40-42 en determinadas marcas es exactamente igual que la 38 -lo he comprobado y me he enfrentado a la dependienta que me lo negaba- , esto también debéis decidlo a las mujeres que conozcáis. Es más, si Chimamanda Ngozi Adiche fuera nuestra amiga, si nosotras, mujeres de la talla 42 fueramos nigerianas, seríamos demasiado delgadas y nada sexys. Es decir, nos atiborrarían de panceta para casarnos. Y es que en el tema de las tallas, la única medida es la de la salud. Adelgazar o engordar debería ser un tema pura y estrictamente saludable y no movido por todos esos factores que os he ido relatando.
Chimamanda hace referencia en sus libros a esos problemas o preocupaciones añadidas que tenemos las mujeres, por el simple hecho de serlo. Te hace ser consciente de que la pera limonera debe ser además pertenecer a una raza diferente en un país de iguales.
Nos invita a reflexionar, tanto a hombres como mujeres, sobre los machismos invisibles, esos que forman parte de cada cultura y que tenemos tan interiorizados que pasan desapercibidos. Por otra parte, Ngozi nos muestra con humor, aquellas discriminaciones raciales amables que damos por hecho debemos hacer para integrar a los negros. Nada más lejos, si leéis Americanah sonreiréis muchas veces respecto a este tema y os sentiréis representados como blancos simpáticos, no racistas, con ganas de agradar a un negro.
Americanah es la última novela publicada de esta autora. En ella se nos relata la vida de Ifemelu y Obinze, dos personajes que crecen durante el relato y que se aman pero que las circunstancias políticas de Nigeria han hecho que se separen. No es una historia romántica, es una novela de lucha por salir adelante, de respeto, de tolerancia. Es un canto a la igualdad de género y raza. No esperéis una historia trepidante ni apasionada, ya que no tiene nada que ver con esos dos adjetivos. Americanah es una novela lineal que comienza con dos adolescentes y acaba con dos adultos que esperan que Obama gane unas elecciones y se convierta en el primer presidente negro -os sorprenderán las reflexiones a este respecto por parte de la comunidad afroamericana-. Americanah es pausada, tranquila, para degustar e intercalar con otras lecturas más rápidas. Americanah es larga pero imprescindible.
No olvidemos que
el cambio se motiva
mediante la educación”
Unas de las lecturas que he intercalado con esta novela son dos libros breves y asequibles, pero grandes en su contenido, escritos por ella misma. Todos deberíamos ser feministas es un ensayo basado en una charla que dio la autora en TEDxEuston, un simposio anual centrado en África. En esta edición revisada, Chimamanda nos cuenta diferentes historias de su vida y nos invita a revisar el papel de la mujer en el siglo XXI dándonos ideas para hacer de este mundo un lugar más justo. Para mí, un libro de obligada lectura y que podría incluirse en las listas de libros de los institutos. No olvidemos que el cambio se motiva mediante la educación.
El otro libro es Querida Ijeawele. Cómo educar en el feminismo. Una carta que la autora envió a una amiga que le pedía consejos para educar a su hija. En él encontraréis quince consejos que os harán recapacitar y ser conscientes de los cambios sociales que son necesarios para un saludable y pleno desarrollo femenino. Tanto si eres madre o padre de una niña como si no, os gustará leerlo y os hará reflexionar.
La prosa de Chimamanda, es sencilla, los libros se leen sin esfuerzo, aunque reconozco que ciertas frases os sorprenderán tanto que querréis parar, releerlas y pensar en ellas. Oiréis mucho hablar de Chimamanda Ngozi Adiche. Yo sigo con mi búsqueda.
Nos vemos la semana que viene. Misma hora, mismo lugar.
¡Felices lecturas!
Os recuerdo que podéis mandarnos vuestros textos, poemas, opiniones o sugerencias al siguiente email: elracodellector@diarisantquirze.cat .
También podéis encontrarme en Instagram como @sra_bibliotecaria donde veréis reseñados todos los libros que voy leyendo y en Facebook con el mismo nombre, donde estamos creando una Comunidad Lectora y de vida, así como un Club de Lectura. Nuestra primera lectura conjunta va a ser Las defensas de Gabi Martínez. ¡Os espero!